El camino
En el momento de dolor el pasado tortura, el futuro no existe, el presente confunde.
Este es el mejor momento para abrir los ojos y apreciar la vista, de parar el Ferrari de la vida, agacharse para oler una flor en el camino, ver una Suculenta florecer u observar a la hormiga llevar un cristal de azúcar robado de la azucarera a su nido.
Mi mamá creció en un pueblo lejano de la vida capitalina de Rusia. Un pueblo cerca de Siberia y las Montañas Urales. Un pueblo perdido para unos y descubierto para otros. Un pueblo que terminó en el fondo de un lago artificial, algo como la cuidad de Atlantis.
Me mencionó mi mama en una forma muy natural cómo solían recorrer todos los días 5 kilómetros de ida y los mismo 5 kilómetros de vuelta camino a la escuela ella, sus hermanas, primas y amigos. Y después se pasaban las tardes patinando, jugando voleibol, haciendo travesuras con los amigos y cumpliendo con las tareas domesticas.
Solían caminar los 5 kilómetros por un camino de lastre empolvado. Durante el verano el camino casi siempre estaba seco. Al caminar el polvo gris se levantaba y se pegaba en la piel de la cara, cambiando el color del cabello a tono gris, dejando el sabor a polvo en la boca. Olor a polvo tibio junto con el olor a campo de trigo, verdor fresco y flores silvestres.
El exquisito olor a rayos tímidos del sol que solo lo podría entender quien hubiera recorrido aquel mismo camino en invierno a 30 grados bajo cero. Cuando la nieve bajo los pies estaba tan congelada que sonaba a vidrio roto al pisar. Solo lo hubiera podido entender quien hubiera caminado algún día los mismos 5 kilómetros bajo la lluvia helada de otoño profundo. Cuando las botas de hule resistían cada paso y el camino parecía una masa del pan ruso, pegajosa, pesada y oscura.
Los mismos 5 kilómetros se estiraban y se encogían. Se hacían eternos cuando una tormenta de nieve no dejaba ver por dónde caminar y la nieve se pegaba en las pestañas dejando pocas opciones salvo dejar que los pies encontraran solos el camino bien conocido. Se hacía corto el mismo camino cuando se caminaba de la mano con el amor de verano en una cálida tarde de ensueño.
Escucho a mi mama con una taza de café en frente, en una acogedora casa del barrio viejo de San José. En un país de clima perfecto y gente amable y cálida. Me dejo llevar por el camino, me dejo arrastrar, me dejo sumergir al pasado de mi mama que es mío también.
El presente ya no parece absurdo. El futuro ya no asusta.