Voy a escribir algo muy cliché. La vida es un milagro. Lo es. Así sin más. Todo lo que pasa, fluye, vibra, brota y explota.
La quietud y el silencio son los que mas maravillan. Aun cuando según parece no sucede nada, las revoluciones de la vida no paran. Toda la magnificencia del presente se manifiesta en los minúsculos detalles. Las fuerzas y energías del Universo, su movimiento imparable, las intuyo con cada célula de mi cuerpo.
Me acerco a una persona y en un instante reconozco la mirada, la moción invisibles del alma. Mi alma se conecta sin verbalizar una sola palabra. Lo sabe todo al instante, comparte la tristeza, la alegría, el enojo, la angustia, la empatía.
Puedo vibrar con la energía del ambiente. El aire liviano y suave me relaja y me llena de paz. La energía densa y pesada, que como se dice “se puede cortar con un cuchillo”, me oprime e incomoda.
Creí que para estar presente y conectada con el mundo necesitaba todos mis sentidos. Pero la verdad es que solo necesito uno. Ese sentido que va directo al fondo, a la mera esencia, él que me regala la dicha de solo estar y ser, sentirme completa y viva, sin necesidad de cumplir, lograr, alcanzar o llegar, ser pájaro, ardilla, hormiga o una hoja de árbol, temblar al soplar el viento, sentir las gotas de la lluvia sobre mi piel descubierta y absorber los rayos del sol.
La dicha y la bendición de saber que soy suficiente. Así como soy, imperfectamente perfecta y eternamente finita. En cualquier forma física que me presente en pasada, esta o mi próxima vida terrenal.