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De pánico a pez en el agua


 

                          De pánico a pez en el agua



Un día la llama su amigo el Espiritual.
—Tengo una misión especial para ti —dice.
No le agradó el silencio que siguió, olía a desastre. 
—Oh no. ¿Qué quieres? —pregunta Ella y arruga la cara en anticipación. Jamás diría NO a este amigo suyo. Haría lo que fuera por él.
—Quiero que des una pequeña charla.
—¿Charla? ¿Sobre qué?
—Como llegaste a creer en Dios.
—¿Mi historia?
—Tu historia.
—¿Que tal larga?
—Unos quince minutos. Te pongo a practicar antes, no te preocupes.
—Que no me preocupe. Estoy entrando al pánico. Tengo pánico a hablar en publico. Y no es un decir, es en serio. 
—¿Entonces?
—Lo haré, obviamente. No te puedo decir que NO. Decirte NO es como decirle NO a Dios mismo.
—Bien. Estamos.
Cuelgan. Ella empieza a bajar lentamente sobre la silla. Por poco se siente al suelo. Una ola de pánico empieza a subir lentamente desde su vientre hacia la garganta. No puedo hacerlo, piensa Ella recordando como hace un par de décadas, apenas llegando a Costa Rica y empezando a trabajar como ingeniera química, tuvo que dar una charla sobre un tema profesional que manejaba bien. El horror, el momento más humillante de su historia. Ella paralizada en frente de una multitud de gente, incapaz de pronunciar una sola palabra, hasta que fue rescatada por alguien, no recuerda bien por quien ni como terminó la humillación. No puedo hacerlo, piensa de nuevo, determinada. Toma el teléfono y marca a su amigo. No contesta. Marca de nuevo, no quiere perder el impulso y la valentía de decir un rotundo NO.
—¿Para cuantas personas? —escucha su voz preguntándole a su amigo.
¿¿¿Qué??? ¿Quién dijo esto?
—Unas treinta personas. Va a ser parte de un evento grande pero te ponemos con un grupo pequeño, don’t worry.
—A bueno —contesta Ella con voz de ultratumba.
—Bien.
Cuelgan de nuevo.
Ella prepara la charla. Unas diapositivas en Power Point. Y comienza a practicar. No está mal. La historia que quiere contar es conmovedora. Con bastante practica a lo mejor lograría transmitir la emoción, piensa mientras ensaya una y otra vez. Sin embargo, cada vez que se acuerda sobre la conferencia, en cualquier momento del día, siente un espantoso espasmo en el vientre. 
—Te tengo una sorpresa —su amigo la llama un par de semanas antes de gran evento.
—¿Que? ¿Se canceló? Dios es grande.
—No, no. Cambio de planes. Te tocan 150 personas de público.
—Tengo diarrea —contesta Ella colgando, incapaz de decir NO a su amigo. Es como decirle NO a Dios mismo. Y a estas alturas del partido, menos.
Llega el día. Ella se despierta y empieza a pedirle a Dios que le mande una enfermedad a Ella o una emergencia a todo el país. Cualquier cosa para que se cancele el evento. Dios no la escucha ni le contesta. No le queda de otra que alistarse y repasar la charla. Apenas abre la computadora, el estado de descomposición que siente en todo su cuerpo es insoportable. Considera llamar a su amigo y declararse enferma. 
—Suerte, ma. Vas a estar genial —le dicen sus hijas antes de montarse al coche.
—La necesito. Mucho —contesta Ella.
Llega al evento con una sonrisa algo fingida, dándose una charla motivaciones ella misma en su mente.
—Te tengo una sorpresa —le dice su amigo, alegre y emocionado, dandole un abraso.
—No, por favor —le contesta Ella con muy mal presentimiento.
—Eres una de las presentadoras principales. Tu charla nos pareció tan buena que la vas a presentar en frente de todos los participantes.
—Aha. ¿De cuanta gente estamos hablando exactamente?
—Unos 650. Va a ser en el escenario principal. En el gimnasio.
—¿No tienes por casualidad una pastilla de cianuro? Para calmar mis nervios. Nos vemos de otro lado —dice Ella con calma de una momia—. Estás demente. Tengo pánico escénico. Me voy a morir sobre aquel escenario. Mejor mátame de una sin hacerme pasar por la humillación.
—Vas a estar bien —le dice su amigo con un guiño de ojo y se va.
Se va dejándola sola abrasada por el peor ataque de pánico de su vida.
La charla salió bien. Épica, así la describieron luego. Después de la charla la gente se le acercaron para abrasarla, con lagrimas en los ojos, conmovidos. Ella regresaba los abrazos pensando: la madre que me parió… 
Desde el momento que la anunciaron hasta que se bajo del escenario, tenia un bloqueo total en su memoria. No se acordaba de nada. Pero pareciera que todo había salido bien.
De aquella experiencia entendió algo: no es uno quien habla, no es uno quien lleva el peso de la palabra que conmueve, mueve o inspira. Uno es tan solo un canal.
Una década mas adelante, después de la separación, tuvo la presentación de su tercer libro en la Feria Internacional de Libro. Su Hija Menor la encuentra sentada sola en silencio.
—Ma, ya sabes de que vas a hablar? Preparaste algo? —le pregunta algo preocupada. 
—No —contesta Ella muy serena.
Unos minutos después, sale al escenario, escucha la presentación de su editora y amiga, toma el micrófono y las palabras comienzan a fluir como por arte de magia, sin forzarlas, sin planear la siguiente frase, sin saber hacia dónde se dirigían.
Este cuanto debería de estar en primera persona. Es de mi vida. Algo exagerado y algo simplificado, pero sin embargo es verídico. 
Nunca es tarde sobrepasar tus miedos. Nunca es tarde a hacer algo que ni siquiera te atreviste soñar. Nunca es tarde hacer el ridículo si algo no sale como lo esperabas. El ridículo hoy será una buena risa y buena lección de vida mañana. 
Este episodio de mi vida es parte de mi nuevo libro Pausa que será publicado muy pronto.

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